Antecedentes: fue realizado en 1957 o 1958, y publicado por primera vez
en la revista “Asir”. Fue muy admirado por la crítica de la época, cuyo
asunto resulta absolutamente original en nuestro panorama literario.
“Rodríguez”
fue incluido posteriormente en “Raza ciega”. Pretendía iniciar una
serie de relatos sobre el diablo, extraídos de la transmisión oral de
nuestra campaña.
Caracterización general: Es una narración
breve, de asunto ficticio que objetiva la solución de un conflicto
tomado cerca de su desenlace.
El cuento refiere al encuentro de un
paisano con un diablo que, después de intentar infructuosamente
incitarlo al deseo de posesión con ofertas seductoras, o de
impresionarlo al menos con las demostraciones del poder taumatúrgico que
despliega, pierde la compostura y, evidenciando la desesperación del
fracaso, estalla en un insulto vulgar.
Este es el asunto, que
plantea el enigma del fracaso del diablo frente a un oponente
presumiblemente desconocedor de estrategias artificiosas compatibles con
el arsenal de seducciones satánicas.
De ello resulta un problema:
debemos interpretar por qué puede más el hombre simple que el que
transporta un equipaje de tentaciones probadas en la experiencia de
haber hecho caer antes a muchos candidatos desprevenidos.
Tema:
El tema principal es el enfrentamiento de dos fuerzas antagónicas: la
fuerza del mal, representada por el diablo, y la fuerza del bien,
encarnada por Rodríguez, un hombre simple de campaña cuya dimensión
humana lo vuelve universal.
Título: Epónimo. El título del
cuento hace referencia al protagonista humano. Es un nombre común a
tantos uruguayos. Es una forma de destacar el carácter genérico del
personaje central. Rodríguez es como “Juan Pérez”, uno que no se
diferencia en nada de los otros habitantes del campo; alguien sin pautas
extraordinarias que podría ser López o Gómez; un hombre más, uno más.
Priva al personaje de individualidad.
Frente a un ser sobrenatural
no cabe más que anteponer un ser bien natural, ordinario, fiel
representante de la limitada pero por momentos grande humanidad.
Estructura interna: Se divide en tres momentos:
1) Situación inicial, ubicación de tiempo, de lugar, presentación de los personajes y planteo del encuentro.
2) Las ofertas del desconocido a Rodríguez.
3) Prodigios. Muestra de poder y desenlace.
Primer momento: Situación inicial.
“Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde
el medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho
estatua entre los sauces de la barranca opuesta.”
El cuento comienza con una oración que atrapa de inmediato nuestro interés.
La acción transcurre en un mundo irreal. Es de noche y de día, a la
vez, por la luz. La luna ilumina todo con tal intensidad que lo vuelve
fantástico. La luna y la noche constituyen elementos del paisajista
romántico que hay en Espínola. Lo primero crea un maravilloso cuadro,
una naturaleza real y espectral, simultáneamente. El ambiente es el
propicio para el encuentro, ambiente común en historias de aventuras
siniestras o fantásticas.
La ubicación de Rodríguez y el otro, ese
desnivel topográfico en que están situados anticiparía simbólicamente la
diferencia de códigos y de mundos, el mundo real y el sobrenatural.
Las ubicaciones temporales y espaciales son vagas, indeterminadas. Sólo
sabemos que es de noche en algún paso de nuestra campaña, nada más. La
repetición del vocablo “igual” (anáfora) torna la narración casi
coloquial, como en confianza.
Todavía no sabemos que vio Rodríguez
pero ya conocemos que está inmóvil (“hecho estatua”, metáfora popular).
El suspenso crece.
La expresión “Ya en el medio del Paso”, nos da
la sensación de agarrar el cuento empezado, otorga dinamismo al relato,
es una bisagra entre un antes y un después.
La sintaxis es la
coloquial, expresiva de un deseo de narrar espontáneamente. Este
lenguaje tan familiar nos quiere dar proximidad al cuento.
“Sin
dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier
evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el respectivo poncho
más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que
desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento... y se le
apareó.
Vemos que Rodríguez es un ser despierto, alerta, que no
se distrae. Con las precauciones del protagonista (“la mano en la
pistola”) crece la tensión, así como con la primera imagen del otro:
caballo negro (maldad y muerte) y “poncho más que colorado” (fuego),
indicios ambos de su condición infernal. A través de los ojos de
Rodríguez se nos dan ahora otros rasgos del otro. La cabalgadura negra,
es sumamente significativa e impresionante a esa hora y viste poncho
colorado.
La desconfianza de Rodríguez no le impide avanzar y el
desconocido se le acerca. Todavía no lo reconocemos como tal, pero el
diablo debe buscar al hombre para perderlo. El relato oscilará entre la
tranquila indiferencia de Rodríguez, casi pasividad y la continua
actividad, ascendente del diablo. Veremos a lo largo del cuento una
constante antítesis entre ambas actitudes. Uno va a buscar y el otro no
contesta; uno actúa y el otro deja de hacer. Uno de los papeles se
invierte: el “hecho estatua” se moverá hasta la desesperación; el que
venía cabalgando seguirá haciéndolo al mismo ritmo.
La sonrisa que
despliega el otro sugiere que se siente dueño de la situación, de quién
por fin, halló su presa. La sonrisa constituye el momento clave en el
que el diablo se pone en su papel.
La pausa previa a “y se le apareó”
subraya la sorpresa de Rodríguez ante lo inesperado de esa acción
amistosa, en medio de un contexto que hacía temer todo lo contrario.
Pero a pesar de que se le aparea físicamente, no logrará hacerlo
espiritualmente.
Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto.
La barba aguda, renegrida. A los costados de la cara, retorcidos
esmeradísimamente, largos mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le
chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y
lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba.
La descripción, con rasgos grafopéyicos atiende a lo esencial. Ahora
sí, por la barba negra y los mostachos retorcidos, descubrimos al
diablo. Pero es imposible tenerle miedo a un ser ridículo, un individuo
que se preocupa tanto por sus mostachos no puede ser peligroso.
De
Rodríguez no hay presentación alguna. No es necesaria tampoco, ya que lo
iremos conociendo a través de su conducta y sus reacciones anímicas. El
diablo si se describe porque es pura apariencia.
Se repite el
superlativo “muy”, recurso intensificador y coloquial. Persigue también
una finalidad musical, que veremos luego también con las expresiones:
“por eso”, “alégrate”, “¿te gusta?”, “siempre” y “blanca”. La narración
cobra un peculiar ritmo.
-¿Va para aquellos lados, mozo?- le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para
retirar la mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quien
era el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance a
través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino,
fija.”
La tensión se acaba por el tono meloso de su voz,
que lo descalifica como posible peligro para Rodríguez. El lector se
distiende ya cuando Rodríguez retira “la mano de la culata”
Rodríguez se siente muy tranquilo, ya no representa un peligro para él.
Su actitud está apegada a la realidad, sigue su camino, sigue cabalgando
indiferentemente, con la mirada fija, “entre las orejas de su zaino”,
seguro de sí mismo.
-¡Lo que son las cosas, parece
mentira!...¡Te ví caer al paso, mirá... y simpaticé en seguida! Le clavó
el ojo a Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el
interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un
cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de
golpe, quedó cual la del cordero.”
El diablo insiste en querer
agradar a Rodríguez. La expresión “le clavó un ojo” es sumamente
expresiva del campo. Otra metáfora, “cuchillo de punta” referida a los
ojos del diablo. Hay un juego de miradas expresivas y sugerentes.
A
partir de aquí se inicia el duelo entre los avances verbales del demonio
y el mutismo del paisano, molesto por esa distracción innecesaria, que
pretende sacarlo de sí mismo, de su equilibrio interior.
Segundo momento: LAS OFERTAS:
—Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco
escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin
respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio,
Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que,
inclinándose a un lado del zaino, escupió.
El diablo realiza la
primera oferta al hombre, y se trata de la mujer. No se trata de la
mujer amada sino la que se gusta, “la mujer de tus deseos”. Es la fuente
de lujuria, una incitación al pecado que Rodríguez descarta con un
silencio.
El escozor proviene del descarado tratamiento de un tema
íntimo y de descubrir que el otro conoce su nombre sin habérselo dicho.
La escupida es signo de desprecio. La confianza le molesta mucho a su
acompañante silencioso.
Ese trayecto que recorren ambos, significa
un tramo en la vida del hombre donde éste se ve sometido a diversas
pruebas. Si es puro corazón, las sorteará y continuará con la vista fija
en algo trascendente que lo espera adelante, su objetivo. Todos tenemos
un diablo esperándonos en un “paso”, en una etapa de nuestra
existencia.
—Alégrate, alégrate mucho, Rodríguez —seguía el
ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse
la cara, una guía del bigote. —Te puedo poner a tus pies a la mujer de
tus deseos. ¿Te gusta el oro?. . . Agénciate latas, Rodríguez, y
botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que también es
lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o
jefe político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos los
tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante, Rodríguez.
Se
completa así la trilogía de ofertas. Ahora se trata de la ambición y el
poder, pecados bíblicos. La ironía se vuelve comicidad y hasta hace una
crítica cuando se refiere a la máxima jerarquía militar. Pertenecer a
esa categoría es pecar inevitablemente, parece querer decir Espínola
Las tres ofertas se presentan en orden ascendente respecto a las jerarquías del mal.
Rodríguez habla poco y nada, mejor dicho, nada y poco.
Pero ese carácter callado de Rodríguez llega al colmo a continuación:
—Mirá, vos no precisás más que abrir la boca…
—¡Pucha que tiene poderes, usted —fue a decir Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso.
Este,
que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como
por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces
al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el pecho, pensando con
intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo
la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus
sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo
había fugado lejos, cada cual con su ruido.
El silencio y la
blancura se apoderan de esta escena. Retorna esa atmósfera de impalpable
silencio del comienzo. La “ancha blancura” es una proyección del alma
grande y luminosa de Rodríguez.
A las cuadras, la mano de
Rodríguez asomó por el costado del poncho con tabaquera y con chala. Sin
abandonar el trote se puso a liar.
Entonces, en brusca resolución,
el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio
contra unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha
a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
La calma de Rodríguez
es una cachetada para su acompañante. El hecho de que casi se dé contra
unos espinillos pauta su nerviosismo indisimulable, su descontrol.
Tercer momento: Los prodigios.
Es el momento de tensión máxima.
Consiste
en cinco pruebas. Ahora Rodríguez debe reconocer el poder del diablo y
asustarse o asombrarse ante el ejercicio de sus habilidades.
A la
conversión de su “negro viejo” en “tordillo blanco como leche” sigue la
transformación de una rama de tala en víbora; de su dedo pulgar en
encendedor; de su cabalgadura en toro cimarrón y luego en bagre. Ninguna
de estas pruebas logra inmutar a Rodríguez. Al toro cimarrón solo le
teme por el daño que pueda causarle a su zaino, no por él mismo.
Algunas preguntas formuladas por el diablo son importantes:
“-¿Dudás,
Rodríguez?”- lanzada antes de la primera prueba. Al parecer, inocente,
pero alude a algo más profundo. Lo podríamos sustituir por ¿Dudás de
mis poderes?. Otra interrogación esencial, después de la llamita en el
pulgar: “-¿Y?...¿Qué me decís ahora?”
Después de los prodigios, la palabra de Rodríguez adquiere una gran importancia.
La
respuesta del “hombre cualquiera” no puede ser más exacta, prudente y
natural. “-Esas son pruebas”. Son pruebas como pueden ser las del circo,
acrobacias. Pero en un sentido profundo, son pruebas que debe pasar el
hombre, donde deben elegir el bien o el mal. Rodríguez sale del paso con
exactitud y precisión. Es la primera vez que habla y sintetiza todo lo
ocurrido hasta el momento. Sólo con tres palabras.
Resulta singular
que el diablo nunca sea nombrado directamente. El narrador prefiere
eufemismos que caracterizan, sugieren, o muestran al ser sobrenatural
desde la óptica de Rodríguez. “el otro”, “el desconocido”, “el hombre”,
“el importuno”, “el interlocutor”, “el indiscreto”, “el ofertante”, “el
cargoso”, “el de los bigotes”, “el forastero”, “el acompañante”, “el
pegajoso”, “el jinete del oscuro”, “el seductor”. Se bordea al personaje
infernal sin denominarlo.
Mientras Rodríguez se mantiene
imperturbable, seguro de sus convicciones y su ausencia de vanidad, el
estado de ánimo del diablo evoluciona. Pasa de una sonriente
superioridad a un sentimiento de estupor, de éste a un abatimiento
pensativo y finalmente a una frenética actividad.
La primera
respuesta de Rodríguez fue “un baldazo de agua fría” para él, y luego
queda con “la mente hecha un volcán”. Estas metáforas son muy populares y
expresivas. Muestran claramente el proceso interior del personaje.
Además preparan su estallido final.
“¿Eso? Mágica, eso”. La
adjetivación del sustantivo “magia”; el error gramatical aumentan la
fuerza de la expresión. Hay una intención despectiva Le pone fin a la
magia.
Rodríguez constata, no se deslumbra ni vende su alma. Ha
ganado la partida. Y ante la seguridad inconmovible de Rodríguez, la
respuesta rencorosa cae como una pera madura; por necesidad. “-¡Te vas a
la puta que te parió!”
Apenas choca el insulto. El contexto lo
justifica plenamente. Al salirse de tono, el diablo reconoce la derrota.
Tan contenido antes, tan aguantador después explota como un ser
humano. El insulto es una verdadera confesión de impotencia.
“Y
mientras el zainito —hasta donde no llegó la exclamación por haber
surgido entre un ahogo— seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca
luna tomando distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las
espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver a apostar
a su jinete entre los sauces del paso.”
Las cabalgaduras se
identifican con rasgos de sus amos. El humilde zainito sigue su ruta
sin sobresaltos, tranquilo. El oscuro, en cambio, muestra sus dientes,
lleno de rabia.
Este final otorga una estructura cíclica al cuento.
Vuelve a aparecer la luna y vuelve el jinete al Paso, como en la
situación inicial.
Tiene un final abierto, capaz de recibir continuaciones.