viernes, 27 de mayo de 2016

CLIMA DE URUGUAY

 CLIMA DE URUGUAY

En primer lugar, vuelvese necesario distinguir dos conceptos que son usualmente mal utilizados y confundidos por la sociedad. Es para ello que a continuación presentamos la definición de los términos que queremos discriminar, los que son: Clima, y Tiempo Atmosférico.
 El tiempo atmosférico, es el estado medio de la baja atmósfera en un lugar y tiempo determinados. Por esto, varía rapidamente y para su observación se utilizan las mediciones de temperatura, precipitaciones, presión atmosférica y vientos, principalmente.
 El Clima, por su parte, es el estudio de los estados del tiempo en un lapso no menor a 30 años, es decir es el estado promedio, el comportamiento promedio, de la atmósfera por un plazo mayor de treinta años.
  El Clima se determina por una serie de factores mucho menos variantes que los mencionados para el Tiempo Atmosférico.
  El primer factor, es la latitud. Uruguay, que se ubica entre los 30º y 35º latitud Sur, esto significa entonces que se ubica en la Zona de Insolación Templada (zona de insolación que se extiende desde cada uno de los Trópicos al Circulo Glacial de su Hemisferio)
 El siguiente factor, es el factor Anticiclones. Los anticiclones son centros de altas presiones semi-permanentes situados, en el caso de nuestro país, en el Océano Atlántico y en el Océano Pacífico. El anticiclón del Pacífico trae aire polar por medio de los vientos que soplan desde el Sur y Suroeste de nuestro territorio; mientras el anticiclón del Atlántico, aporta aire de origen tropical a través de los vientos del Noreste y Este.
















 Otro de los factores que determinan el clima de un territorio son las masas de aire. Sobre nuestro país inciden de forma periódica y alterada  las masas de aire tropical y polar. Las primeras se forman sobre el territorio paraguayo-brasileño y en el Océano Atlántico; aportan a nuestro país altas temperaturas y variados porcentajes de humedad. Las masas de aire polar se originan en el Océano Pacífico Sur al oeste de Chile y sobre el Atlántico austral; se caracteriza por la presencia de bajas temperaturas y bajos índices de humedad (dependiendo de si su trayectoria es marítima o continental. Con respecto a este punto, es necesario hacer la siguiente comentario, en el Uruguay con un relieve bajo estas masas de aire no encuentran obstáculo y circulan libremente sobre el territorio a diferencia de lo que sucede, entre otros casos, en Chile.
 El siguiente factor son las Corrientes Marinas. Las corrientes marinas actúan como reguladores térmicos, puesto que se encargan de transportar agua "fría" a las zonas cálidas, y agua cálida a las zonas frías. En el caso de nuestro país, a las costas uruguayas, llegan la corriente cálida proveniente de Brasil y la corriente fría de las Malvinas; ambas corrientes configuran no sólo una influencia térmica sino también de humedad para las masas de aire que circulan sobre ellas. La conjunción de estas corrientes denera una gran riqueza ictícola (pesquera) ya que la fría arrastra y levanta todo el alimento (planton) que se deposito en las zonas profundas del Océano y la cálida atrae a los peces quienes se ven favorecidos por esta abundancia de alimento.

Por todo lo anterior se puede concluir que:

La situación en latitud, la circulación de la atmósfera y la influencia marítima determinan la existencia de un único clima templado húmedo, con precipitaciones en las cuatro estaciones, pero con mayores promedios en las estaciones intermedias (otoño y primavera), en todo el país.
La temperatura media anual es moderada, 17,5 ºC, pero las variaciones extremas son muy amplias.
Esta modalidad climática reconoce ligeras variantes en el territorio (especialmente Norte - Sur) en el que se verifica la influencia marítima de la zona sur.
Nuestro clima, la baja altitud y disposición del relieve, posibilita el desarrollo del bioma de pradera. Los principales recursos bióticos son aprovechados económicamente para las actividades agropecuarias.
El clima es un recurso natural con el que cuenta el país, y debe ser utilizado adecuadamente por parte de la sociedad. Es necesario conocer su "comportamiento" para poder aprovechar sus beneficios y también para limitar o atenuar sus efectos más perjudiciales.
Múltiples son las actividades desarrolladas por la sociedad -productivas, recreativas, de investigación, etcétera- que requieren un adecuado conocimiento del clima y un atento seguimiento de las oscilaciones del tiempo atmosférico.
En resumen, si analizamos el valor medio y las variaciones que asumen los principales parámetros meteorológicos en el territorio nacional, se reconoce una sola modalidad climática. Según el criterio de clasificación de A. Strahler, se define como templado subtropical húmedo. (Santillana).

lunes, 23 de mayo de 2016

Rodríguez
Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio
del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los sauces
de la barranca opuesta. Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la
pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el
respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el
otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento.., y se
le apareó.Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A
los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le
sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba.
- ¿Va para aquellos lados, mozo?
- le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar lamano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quién era el importuno, lo dejó, nomás, formarle yunta y siguió su avance a través de la gran claridad, lavista entre las orejas de su zaino, fija.
-¡Lo que son las cosas, parece mentira!... ¡Te vi caer al paso, mirá... y simpaticé enseguida!
Le clavó un ojo Rodríguez, incomodado porel tuteo, al tiempo que einterlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del
cordero.
-Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho
. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a unlado del zaino, escupió.
-Alegrate, alegrate mucho, Rodríguez -seguía el ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote
-. Te puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?... Agenciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir. 
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante, Rodríguez.
- Mirá, vos no precisás más que abrir la boca...
-¡Pucha que tiene poderes, usted!-fue a decir, Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso. Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre elpecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca. Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho contabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar. Entonces, enbrusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio contra unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:
-¿Dudás, Rodríguez? ¡Fijate, en mi negro viejo!Y siguió cabalgando en un tordillo como leche. Seguro de que, ahora sí, había pasmado a Rodríguez y, noqueriendo darle tiempo a reaccionar, sacó de entre los pliegues del poncho el largo brazo puro hueso, sin espinarse, manoteó una rama de tala y señaló,soberbio:-¡Mirá! -La rama se hizo víbora, se debatió brillando en la noche al querer librarse de la tan flaca mano que la oprimía por el medio y, cuando con altanería el forastero la arrojó lejos, ella se perdió a los silbidos entre los pastos. Registrábase Rodríguez en procura de su yesquero. Al acompañante, sorprendido del propósito, fulguraron los ojos. Pero apeló al poco de calma que le quedaba, se adelantó a la intención y, dijo con forzada solicitud, otra vez muy montado en el oscuro:-¡No te molestés! ¡Servite fuego, Rodríguez! Frotó la yema del índice con la del dedo gordo. Al punto una azulada llamita brotó entre ellos. Corrióla entonces hacia la uña del pulgar y, así, allí paradita, la presentó como en palmatoria. Ya el cigarro en la boca, al fuego la acercóRodríguez inclinando la cabeza, y aspiró.- ¿Y?... ¿Qué me decís, ahora?-Esas son pruebas-murmuró entre la amplia humada Rodríguez, siempre
pensando  qué hacer para sacarse de encima al pegajoso. Sobre el ánimo del jinete del oscuro la expresión fue un baldazo de agua fría. Cuando consiguió recobrarse, pudo seguir, con creciente ahínco, la mente
hecha un volcán.
-¿Ah, sí? ¿Con que pruebas, no? ¿Y esto?
Ahora miró de lleno Rodríguez, y afirmó en las riendas al zaino, temeroso de
que se le abrieran de una cornada. Porque el importuno andaba a los corcovos en un toro cimarrón, presentado con tanto fuego en los ojos que milagro parecía no le estuviera ya echando humo el cuero.
-¿Y esto otro? ¡Mirá qué aletas, Rodríguez!-se prolongó, casi hecho imploración, en la noche.
Ya no era toro lo que montaba el seductor, era bagre. Sujetándolo delos bigotes un instante, y espoleándolo asimismohasta hacerlo bufar, su jinete lo lanzó como luz a dar vueltas en torno a Rodríguez. Pero Rodríguez seguía trotando. Pescado, por grande que fuera, no tenía peligro para el zainito.
-Hablame, Rodríguez, ¿y esto?... ¡por favor, fijate bien!... ¿Eh?... ¡Fijate!
-¿Eso? Mágica, eso.
Con su jinete abrazándole la cabeza para no desplomarse del brusco sofrenazo,el bagre quedó clavado de cola.
-¡Te vas a la puta que te parió!
Y mientras el zainito
-hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido entre un ahogo
-seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando distancia, el otra vez oscuro, al sentir  nterrársele las espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver a apostar a su jinete entre
los sauces del Paso.

análisis de " Rodríguez" de Francisco Espinola

Antecedentes: fue realizado en 1957 o 1958, y publicado por primera vez en la revista “Asir”. Fue muy admirado por la crítica de la época, cuyo asunto resulta absolutamente original en nuestro panorama literario.
“Rodríguez” fue incluido posteriormente en “Raza ciega”. Pretendía iniciar una serie de relatos sobre el diablo, extraídos de la transmisión oral de nuestra campaña.

Caracterización general: Es una narración breve, de asunto ficticio que objetiva la solución de un conflicto tomado cerca de su desenlace.
El cuento refiere al encuentro de un paisano con un diablo que, después de intentar infructuosamente incitarlo al deseo de posesión con ofertas seductoras, o de impresionarlo al menos con las demostraciones del poder taumatúrgico que despliega, pierde la compostura y, evidenciando la desesperación del fracaso, estalla en un insulto vulgar.
Este es el asunto, que plantea el enigma del fracaso del diablo frente a un oponente presumiblemente desconocedor de estrategias artificiosas compatibles con el arsenal de seducciones satánicas.
De ello resulta un problema: debemos interpretar por qué puede más el hombre simple que el que transporta un equipaje de tentaciones probadas en la experiencia de haber hecho caer antes a muchos candidatos desprevenidos.

Tema: El tema principal es el enfrentamiento de dos fuerzas antagónicas: la fuerza del mal, representada por el diablo, y la fuerza del bien, encarnada por Rodríguez, un hombre simple de campaña cuya dimensión humana lo vuelve universal.

Título: Epónimo. El título del cuento hace referencia al protagonista humano. Es un nombre común a tantos uruguayos. Es una forma de destacar el carácter genérico del personaje central. Rodríguez es como “Juan Pérez”, uno que no se diferencia en nada de los otros habitantes del campo; alguien sin pautas extraordinarias que podría ser López o Gómez; un hombre más, uno más. Priva al personaje de individualidad.
Frente a un ser sobrenatural no cabe más que anteponer un ser bien natural, ordinario, fiel representante de la limitada pero por momentos grande humanidad.

Estructura interna: Se divide en tres momentos:

1) Situación inicial, ubicación de tiempo, de lugar, presentación de los personajes y planteo del encuentro.
2) Las ofertas del desconocido a Rodríguez.
3) Prodigios. Muestra de poder y desenlace.


Primer momento: Situación inicial.

“Como aquella luna había puesto todo igual, igual que de día, ya desde el medio del Paso, con el agua al estribo, lo vio Rodríguez hecho estatua entre los sauces de la barranca opuesta.”
El cuento comienza con una oración que atrapa de inmediato nuestro interés.
La acción transcurre en un mundo irreal. Es de noche y de día, a la vez, por la luz. La luna ilumina todo con tal intensidad que lo vuelve fantástico. La luna y la noche constituyen elementos del paisajista romántico que hay en Espínola. Lo primero crea un maravilloso cuadro, una naturaleza real y espectral, simultáneamente. El ambiente es el propicio para el encuentro, ambiente común en historias de aventuras siniestras o fantásticas.
La ubicación de Rodríguez y el otro, ese desnivel topográfico en que están situados anticiparía simbólicamente la diferencia de códigos y de mundos, el mundo real y el sobrenatural. Las ubicaciones temporales y espaciales son vagas, indeterminadas. Sólo sabemos que es de noche en algún paso de nuestra campaña, nada más. La repetición del vocablo “igual” (anáfora) torna la narración casi coloquial, como en confianza.
Todavía no sabemos que vio Rodríguez pero ya conocemos que está inmóvil (“hecho estatua”, metáfora popular). El suspenso crece.
La expresión “Ya en el medio del Paso”, nos da la sensación de agarrar el cuento empezado, otorga dinamismo al relato, es una bisagra entre un antes y un después.
La sintaxis es la coloquial, expresiva de un deseo de narrar espontáneamente. Este lenguaje tan familiar nos quiere dar proximidad al cuento.

“Sin dejar de avanzar, bajo el poncho la mano en la pistola por cualquier evento, él le fue observando la negra cabalgadura, el respectivo poncho más que colorado. Al pisar tierra firme e iniciar el trote, el otro, que desplegó una sonrisa, taloneó, se puso también en movimiento... y se le apareó.

Vemos que Rodríguez es un ser despierto, alerta, que no se distrae. Con las precauciones del protagonista (“la mano en la pistola”) crece la tensión, así como con la primera imagen del otro: caballo negro (maldad y muerte) y “poncho más que colorado” (fuego), indicios ambos de su condición infernal. A través de los ojos de Rodríguez se nos dan ahora otros rasgos del otro. La cabalgadura negra, es sumamente significativa e impresionante a esa hora y viste poncho colorado.
La desconfianza de Rodríguez no le impide avanzar y el desconocido se le acerca. Todavía no lo reconocemos como tal, pero el diablo debe buscar al hombre para perderlo. El relato oscilará entre la tranquila indiferencia de Rodríguez, casi pasividad y la continua actividad, ascendente del diablo. Veremos a lo largo del cuento una constante antítesis entre ambas actitudes. Uno va a buscar y el otro no contesta; uno actúa y el otro deja de hacer. Uno de los papeles se invierte: el “hecho estatua” se moverá hasta la desesperación; el que venía cabalgando seguirá haciéndolo al mismo ritmo.
La sonrisa que despliega el otro sugiere que se siente dueño de la situación, de quién por fin, halló su presa. La sonrisa constituye el momento clave en el que el diablo se pone en su papel.
La pausa previa a “y se le apareó” subraya la sorpresa de Rodríguez ante lo inesperado de esa acción amistosa, en medio de un contexto que hacía temer todo lo contrario. Pero a pesar de que se le aparea físicamente, no logrará hacerlo espiritualmente.

Desmirriado era el desconocido y muy, muy alto. La barba aguda, renegrida. A los costados de la cara, retorcidos esmeradísimamente, largos mostachos le sobresalían.
A Rodríguez le chocó aquel no darse cuenta el hombre de que, con lo flaco que estaba y lo entecado del semblante, tamaña atención a los bigotes no le sentaba.

La descripción, con rasgos grafopéyicos atiende a lo esencial. Ahora sí, por la barba negra y los mostachos retorcidos, descubrimos al diablo. Pero es imposible tenerle miedo a un ser ridículo, un individuo que se preocupa tanto por sus mostachos no puede ser peligroso.
De Rodríguez no hay presentación alguna. No es necesaria tampoco, ya que lo iremos conociendo a través de su conducta y sus reacciones anímicas. El diablo si se describe porque es pura apariencia.
Se repite el superlativo “muy”, recurso intensificador y coloquial. Persigue también una finalidad musical, que veremos luego también con las expresiones: “por eso”, “alégrate”, “¿te gusta?”, “siempre” y “blanca”. La narración cobra un peculiar ritmo.

-¿Va para aquellos lados, mozo?- le llegó con melosidad.
Con el agregado de semejante acento, no precisó más Rodríguez para retirar la mano de la culata. Y ya sin el menor interés por saber quien era el importuno, lo dejó, no más, formarle yunta y siguió su avance a través de la gran claridad, la vista entre las orejas de su zaino, fija.”


La tensión se acaba por el tono meloso de su voz, que lo descalifica como posible peligro para Rodríguez. El lector se distiende ya cuando Rodríguez retira “la mano de la culata”
Rodríguez se siente muy tranquilo, ya no representa un peligro para él. Su actitud está apegada a la realidad, sigue su camino, sigue cabalgando indiferentemente, con la mirada fija, “entre las orejas de su zaino”, seguro de sí mismo.

-¡Lo que son las cosas, parece mentira!...¡Te ví caer al paso, mirá... y simpaticé en seguida! Le clavó el ojo a Rodríguez, incomodado por el tuteo, al tiempo que el interlocutor le lanzaba, también al sesgo, una mirada que era un cuchillo de punta, pero que se contrajo al hallar la del otro y, de golpe, quedó cual la del cordero.”

El diablo insiste en querer agradar a Rodríguez. La expresión “le clavó un ojo” es sumamente expresiva del campo. Otra metáfora, “cuchillo de punta” referida a los ojos del diablo. Hay un juego de miradas expresivas y sugerentes.
A partir de aquí se inicia el duelo entre los avances verbales del demonio y el mutismo del paisano, molesto por esa distracción innecesaria, que pretende sacarlo de sí mismo, de su equilibrio interior.

Segundo momento: LAS OFERTAS:

—Por eso, por eso, por ser vos, es que me voy al grano, derecho. ¿Te gusta la mujer?... Decí, Rodríguez, ¿te gusta?
Brusco escozor le hizo componer el pecho a Rodríguez, mas se quedó sin respuesta el indiscreto. Y como la desazón le removió su fastidio, Rodríguez volvió a carraspear, esta vez con mayor dureza. Tanto que, inclinándose a un lado del zaino, escupió.

El diablo realiza la primera oferta al hombre, y se trata de la mujer. No se trata de la mujer amada sino la que se gusta, “la mujer de tus deseos”. Es la fuente de lujuria, una incitación al pecado que Rodríguez descarta con un silencio.
El escozor proviene del descarado tratamiento de un tema íntimo y de descubrir que el otro conoce su nombre sin habérselo dicho. La escupida es signo de desprecio. La confianza le molesta mucho a su acompañante silencioso.
Ese trayecto que recorren ambos, significa un tramo en la vida del hombre donde éste se ve sometido a diversas pruebas. Si es puro corazón, las sorteará y continuará con la vista fija en algo trascendente que lo espera adelante, su objetivo. Todos tenemos un diablo esperándonos en un “paso”, en una etapa de nuestra existencia.

—Alégrate, alégrate mucho, Rodríguez —seguía el ofertante mientras, en el mejor de los mundos, se atusaba, sin tocarse la cara, una guía del bigote. —Te puedo poner a tus pies a la mujer de tus deseos. ¿Te gusta el oro?. . . Agénciate latas, Rodríguez, y botijos, y te los lleno toditos. ¿Te gusta el poder, que también es lindo? Al momento, sin apearte del zaino, quedarás hecho comisario o jefe político o coronel. General, no, Rodríguez, porque esos puestos los tengo reservados. Pero de ahí para abajo... no tenés más que elegir.
Muy fastidiado por el parloteo, seguía mudo, siempre, siempre sosteniendo la mirada hacia adelante, Rodríguez.

Se completa así la trilogía de ofertas. Ahora se trata de la ambición y el poder, pecados bíblicos. La ironía se vuelve comicidad y hasta hace una crítica cuando se refiere a la máxima jerarquía militar. Pertenecer a esa categoría es pecar inevitablemente, parece querer decir Espínola
Las tres ofertas se presentan en orden ascendente respecto a las jerarquías del mal.
Rodríguez habla poco y nada, mejor dicho, nada y poco.
Pero ese carácter callado de Rodríguez llega al colmo a continuación:

—Mirá, vos no precisás más que abrir la boca…
—¡Pucha que tiene poderes, usted —fue a decir Rodríguez; pero se contuvo para ver si, a silencio, aburría al cargoso.
Este, que un momento aguardó tan siquiera una palabra, sintióse invadido como por el estupor. Se acariciaba la barba; de reojo miró dos o tres veces al otro... Después, su cabeza se abatió sobre el pecho, pensando con intensidad. Y pareció que se le había tapado la boca.
Asimismo bajo la ancha blancura, ¡qué silencio, ahora, al paso de los jinetes y de sus sombras tan nítidas! De golpe pareció que todo lo capaz de turbarlo había fugado lejos, cada cual con su ruido.

El silencio y la blancura se apoderan de esta escena. Retorna esa atmósfera de impalpable silencio del comienzo. La “ancha blancura” es una proyección del alma grande y luminosa de Rodríguez.

A las cuadras, la mano de Rodríguez asomó por el costado del poncho con tabaquera y con chala. Sin abandonar el trote se puso a liar.
Entonces, en brusca resolución, el de los bigotes rozó con la espuela a su oscuro, que casi se dio contra unos espinillos. Separado un poco así, pero manteniendo la marcha a fin de no quedarse atrás, fue que dijo:

La calma de Rodríguez es una cachetada para su acompañante. El hecho de que casi se dé contra unos espinillos pauta su nerviosismo indisimulable, su descontrol.

Tercer momento: Los prodigios.

Es el momento de tensión máxima.
Consiste en cinco pruebas. Ahora Rodríguez debe reconocer el poder del diablo y asustarse o asombrarse ante el ejercicio de sus habilidades.
A la conversión de su “negro viejo” en “tordillo blanco como leche” sigue la transformación de una rama de tala en víbora; de su dedo pulgar en encendedor; de su cabalgadura en toro cimarrón y luego en bagre. Ninguna de estas pruebas logra inmutar a Rodríguez. Al toro cimarrón solo le teme por el daño que pueda causarle a su zaino, no por él mismo.
Algunas preguntas formuladas por el diablo son importantes:
“-¿Dudás, Rodríguez?”- lanzada antes de la primera prueba. Al parecer, inocente, pero alude a algo más profundo. Lo podríamos sustituir por ¿Dudás de mis poderes?. Otra interrogación esencial, después de la llamita en el pulgar: “-¿Y?...¿Qué me decís ahora?”
Después de los prodigios, la palabra de Rodríguez adquiere una gran importancia.
La respuesta del “hombre cualquiera” no puede ser más exacta, prudente y natural. “-Esas son pruebas”. Son pruebas como pueden ser las del circo, acrobacias. Pero en un sentido profundo, son pruebas que debe pasar el hombre, donde deben elegir el bien o el mal. Rodríguez sale del paso con exactitud y precisión. Es la primera vez que habla y sintetiza todo lo ocurrido hasta el momento. Sólo con tres palabras.
Resulta singular que el diablo nunca sea nombrado directamente. El narrador prefiere eufemismos que caracterizan, sugieren, o muestran al ser sobrenatural desde la óptica de Rodríguez. “el otro”, “el desconocido”, “el hombre”, “el importuno”, “el interlocutor”, “el indiscreto”, “el ofertante”, “el cargoso”, “el de los bigotes”, “el forastero”, “el acompañante”, “el pegajoso”, “el jinete del oscuro”, “el seductor”. Se bordea al personaje infernal sin denominarlo.
Mientras Rodríguez se mantiene imperturbable, seguro de sus convicciones y su ausencia de vanidad, el estado de ánimo del diablo evoluciona. Pasa de una sonriente superioridad a un sentimiento de estupor, de éste a un abatimiento pensativo y finalmente a una frenética actividad.
La primera respuesta de Rodríguez fue “un baldazo de agua fría” para él, y luego queda con “la mente hecha un volcán”. Estas metáforas son muy populares y expresivas. Muestran claramente el proceso interior del personaje. Además preparan su estallido final.
“¿Eso? Mágica, eso”. La adjetivación del sustantivo “magia”; el error gramatical aumentan la fuerza de la expresión. Hay una intención despectiva Le pone fin a la magia.
Rodríguez constata, no se deslumbra ni vende su alma. Ha ganado la partida. Y ante la seguridad inconmovible de Rodríguez, la respuesta rencorosa cae como una pera madura; por necesidad. “-¡Te vas a la puta que te parió!”
Apenas choca el insulto. El contexto lo justifica plenamente. Al salirse de tono, el diablo reconoce la derrota. Tan contenido antes, tan aguantador después explota como un ser humano. El insulto es una verdadera confesión de impotencia.


“Y mientras el zainito —hasta donde no llegó la exclamación por haber surgido entre un ahogo— seguía muy campante bajo la blanca, tan blanca luna tomando distancia, el otra vez oscuro, al sentir enterrársele las espuelas, giró en dos patas enseñando los dientes, para volver a apostar a su jinete entre los sauces del paso.”

Las cabalgaduras se identifican con rasgos de sus amos. El humilde zainito sigue su ruta sin sobresaltos, tranquilo. El oscuro, en cambio, muestra sus dientes, lleno de rabia.
Este final otorga una estructura cíclica al cuento. Vuelve a aparecer la luna y vuelve el jinete al Paso, como en la situación inicial.
Tiene un final abierto, capaz de recibir continuaciones.

jueves, 19 de mayo de 2016

literatura " la siesta del martes" Gabriel García Márquez

"La siesta del martes", de García Márquez

Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927) es un escritor bien conocido. Novelista, cuentista y periodista, su obra se considera representativa del realismo mágico y del boom literario latinoamericano. Su novela más célebre es "Cien años de soledad" (1967) ambientada en la aldea imaginaria de Macondo, referenciada geográficamente a la población donde él ha nacido (Aracataca), ciudad y mundo ficticio con el que el lector encuentra en varios de sus relatos como en “La siesta del martes” (1962) que forma parte de las narraciones agrupadas bajo el título de “Los funerales de Mamá Grande” (1962).

Recibió el Premio Nobel en 1982 “porque sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, reflejan la vida y los conflictos de un continente.” A lo largo de los últimos treinta años ha recibido, además, multitud de galardones, nominaciones y reconocimientos internacionales. Lleva publicados cerca de medio centenar de novelas, y decenas de cuentos, aparte de ensayos, obras teatrales y guiones cinematográficos.

Ha desarrollado un estilo peculiar sugestionado por chismes y leyendas que le contaba su abuela en la infancia, del mismo modo que muchos relatos suyos están inspirados en episodios de niñez, fabulados por su niñera o vividos por familiares. No es raro encontrar que sus personajes estén inspirados por figuras y recuerdos de sus familiares más cercanos, como padres o abuelos (“…No hay en mis novelas ni una sola línea que no esté basada en la realidad”).

“La siesta del martes”, relato breve de apenas diez páginas, es una de las narraciones cortas más reconocidas de García Márquez. Se dice (vaya usted a saber), que fue escrito a instancias de su amigo el escritor y diplomático Plinio Apuleyo Mendoza (Colombia, 1932) para participar en un concurso literario organizado por el periódico colombiano “El Nacional”. Curiosamente, en ese certamen no obtuvo ni una mención.



El relato, se inicia con la descripción de un viaje en tren, en un caluroso día, realizado por una madre envejecida a la que acompaña su hija de 12 años (que es la primera vez que viaja). Ocupan un solitario vagón sin hablar apenas entre ellas. Estaban acercándose al punto de destino. La mujer “que parecía demasiado vieja para ser su madre…

“Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza”.

Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase […] Ambas guardaban un luto riguroso y pobre…

Se prepararon para apearse cuando el tren comenzó a pitar, aminorando la marcha

“La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos… Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco… La niña envolvió las flores en los periódicos empapados de agua…"

–Si tienes algo que hacer hazlo ahora –dijo la mujer–. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar.

La madre, autoritaria, daba órdenes breves, concisas, algunas de alcance: “...no tomes agua de ninguna parte. Y sobre todo no vayas a llorar” (Por qué? ¿Qué es lo que pasa y aún desconocemos?).

“…No había nadie en la estación […] Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso.

El motivo del viaje –se nos revela–, era llevar un ramo de flores a la sepultura del hijo de la mujer y hermano de la niña, que había muerto unos días antes en Macondo. Cuando llegaron al pueblo fueron directamente a la casa parroquial. Recorrieron sus calles vacías abrasadas por el sol, para recoger las llaves del cementerio que estaban custodiadas por el cura.

Punto de vista. Narrador

El narrador, en tercera persona, cuenta lo sucedido cronológicamente, salvo el flash-back de la muerte del hijo de la mujer, que lo evoca cuando madre e hija están rellenando el impreso para la visita al cementerio.

–¿Qué tumba van a visitar?- preguntó el cura
– La de Carlos Centeno –dijo la mujer
–¿Quién?
–Carlos Centeno –repitió la mujer

El padre siguió sin entender

–Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada. Yo soy su madre.

El narrador recostruye el suceso

Todo había empezado el lunes de la semana anterior, a las tres de la madrugada y a pocas cuadras de allí. La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revolver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía…


Con el revólver en la mano la aterrorizada señora, a obscuras, se dirigió a la puerta y, sin abrir, apretó el gatillo apuntando a la cerradura. El hombre que apareció de madrugada caído en la acera delante de su puerta, con la nariz destrozada, era un desconocido.

–De manera que se llamaba Carlos Centeno –murmuró el padre cuando acabó de escribir

La mujer contestó cuando acabó de firmar

–Era un hombre muy bueno.

Luego, madre e hija se aprestaron a salir a pesar de los consejos del cura y de que ya el pueblo entero, conocedor de la visita, acechaba en las calles, a la sombra, en las ventanas. Con las llaves del cementerio en su poder, no quisieron esperar ni utilizar la puerta de atrás, ni aceptaron la sombrilla ofrecida.

–Gracias –replicó la mujer–. Así vamos bien.

Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.

Espacio. Atmósfera

Los escenarios donde transcurre la acción determinan una atmósfera opresiva, de pobreza; densa, sofocante como el calor del mediodía. El vagón del tren, “se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo, para abastecerse de agua”, el paisaje, el pueblo triste, el calor, sus calles solitarias, la siesta, la casa del cura, la gente esperando su aparición…

Título

El título del cuento, está lejos de sugerir el crudo contenido de esta pequeña historia. “La siesta del martes” ofrece el inclemente contraste de dos pequeños universos. Uno que sufre, que pasa calamidades extremas, que sabe de la desesperanza y otro que duerme y a la vez vigila cruelmente la rutina, alimentándose de los exiguos incidentes domésticos y de las desgracias ajenas, con la malsana curiosidad de los lugares aislados. Justo para hacer aflorar la humilde entereza de las dos protagonistas.

Estilo

García Márquez, uno de los creadores del “realismo mágico”, muestra lo irreal (mágico) y extraño como algo cotidiano. Su intención no es la de despertar emociones sino más bien expresarlas directamente ante una realidad inevitable. (Es el caso de la actitud y decisión de que hace gala la madre, por ejemplo). El lenguaje utilizado en este cuento es preciso, sencillo, donde nada falta ni sobra. Realista, verosímil, de musical sonoridad

“...el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar”...

“Al otro lado del pueblo, en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones”.

O la crudeza y sobrio realismo de frases como:

“La angosta sala de espera era pobre, ordenada y limpia

“La niña se desabotonó la trabilla del zapato izquierdo, se descalzó el talón y lo apoyó en el contrafuerte. Hizo lo mismo con el derecho

Personajes

Quedan dibujados de una breve pincelada, quizá de forma más acentuada, la madre a través de su fisonomía:

“La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre (de la niña), a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas en un traje cortado como una sotana..

Y mediante su lenguaje seco, imperativo de “una tenacidad reposada”. Hay que destacar, como en casi toda la obra literaria de G. Márquez, la fortaleza anímica con que dota a muchos de sus personajes femeninos, virtud que aquí, sin duda, resulta el eje principal del relato.

Estructura

Es la clásica: planteamiento (o preámbulo: el viaje, la llegada al pueblo), nudo, entrevista con el cura (la tensión de las dificultades para visitar el cementerio) y desenlace, (la inquebrantable decisión de la madre, que rechaza hasta la sombrilla: “Así vamos bien. Tomó a la niña y salió a la calle)

Ritmo

El ritmo es pausado, pero tenso. En todo el relato existe cierto suspense. Una mujer y la niña, viajando en aquél tren, clamorosamente solas, que comen modestamente en el vagón de lo que llevan preparado y que cuidan un ramo de flores envuelto en papel de periódico. La tensión, presente en toda la historia, se acrecienta incluso cuando conocemos el destino de las viajeras porque, bien dosificada, se reaviva al hilo de las objeciones y sugerencias del cura que chocan con la indómita decisión y presencia de ánimo de la mujer.

Contenido.- Fondo

Soledad, fatalismo, pobreza. El boxeo que practicaba el muerto para sacar adelante a la familia: tres días en cama después de cada combate. “Se tuvo que sacar todos los dientes”, dijo su hermana. Consejos de la madre: que nunca robara a quien lo necesitara para comer, y él hacía caso.

Mantuvo su compromiso. Era un robo fácil. Una viuda. Resultó que tenía un viejo revólver con el que disparó a ciegas. Fue el miedo de aquella mujer. La mala suerte (de él). La pobreza. Tenía que ser.