Quiroga - Análisis de "A la deriva"
Análisis de “A la deriva” – Quiroga
El tema central de este cuento es la lucha del hombre por sobrevivir, la
agonía. Esta palabra proviene de la griega “agón” que significa lucha.
Esta lucha desesperada por ganarle a la muerte unos instantes más de
vida, por no entregarse aunque todas las circunstancias estén así dadas.
La naturaleza, marco de este cuento, no será otra que el verdugo y la
tumba de un hombre, que nada puede hacer en su soledad contra la muerte.
La naturaleza será su discreto enterrador.
El título “A la deriva” nos muestra esta soledad de ese hombre
indefenso, sin un rumbo cierto, entregado a las circunstancias fortuitas
que le toque vivir. El hombre del cuento, Paulino, estará a la deriva,
no sólo en su muerte, sino también en su vida, ya que antes de que la
víbora lo pique, podría decirse que está muerto en vida. Nada lo
sostenía vivo. Su relación con su mujer y con el compadre Alves no
existe, y debe recurrir a un pasado muy lejano para tratar de aferrarse a
la vida que se va. El personaje se encuentra muerto socialmente y
quizás hasta muy profundamente en su interior antes de morir
físicamente. Este es una impronta común en los textos de Quiroga. En
muchos cuentos sus personajes están muertos antes de que la muerte
física llegue, basta recordar “El almohadón de plumas”.
Podríamos encontrar en el cuento tres grandes partes.
La primera: la mordedura y los efectos del veneno.
La segunda: su intento por sobrevivir en el ámbito social – su relación con su mujer y el compadre Alves.
La tercera: su agonía. La naturaleza y su intento por luchar contra la muerte a través del recuerdo.
Primera parte
El texto comienza con una repetición al comienzo de cada párrafo: “El
hombre”. Si esto fuera una poesía podríamos decir que es una anáfora
(repetición al principio de cada verso); pero no lo es.
Esta repetición deja entrever la fragilidad de lo humano. El hombre ante las circunstancias es frágil, su mundo puede destruirse en un instante, y muy lejos queda la idea de inmortalidad con la que vive siempre. Está indefenso y es sólo un hombre, como podría ser cualquiera de nosotros.
Esta repetición deja entrever la fragilidad de lo humano. El hombre ante las circunstancias es frágil, su mundo puede destruirse en un instante, y muy lejos queda la idea de inmortalidad con la que vive siempre. Está indefenso y es sólo un hombre, como podría ser cualquiera de nosotros.
Quiroga manifestaba en su “Decálogo del perfecto cuentista” que tan
importante son las tres primeras líneas de un cuento, como las tres
últimas. Desde el principio el final está descubierto, porque lo que
importa no es el final sino el trayecto que el personaje sigue. Así que
desde el momento que el narrador dice “El hombre pisó algo blanduzco” el
final es obvio, no existe otra posibilidad que la muerte, aunque
durante todo el cuento el lector esté esperando que eso no suceda y que
logre llegar a Tacurú Pucú y conseguir ayuda. Todo se precipita desde el
principio, “lo blanduzco”, lo extraño, y la mordedura. No hay tiempo de
evitar nada. Nada se sabe de este hombre en el principio. Se lo
presenta en la acción que ya es trágica. Nos vamos a ir enterando de su
vida y su forma de ser a medida que transcurre el cuento, algo que
normalmente sucede al revés, primero se presenta al personaje y luego la
acción. El cuento juega con la línea temporal, el narrador y el
personaje irán hacia atrás, mientras el tiempo de la muerte avanza, como
si quisiera escapar de las circunstancias, antes de que la muerte lo
sorprenda.
El narrador, externo a las circunstancias de Paulino, contará la
historia desde el punto de vista de éste, hasta llegar a meterse dentro
de sus pensamientos y de sus delirios, lo que creará en el lector una
sensación de inseguridad, la misma que sufre el personaje. Aunque por
momentos nos da algunos anticipos del final, lo que nos hace ver que es
un narrador omnisciente (sabe todo lo que sucede y lo que piensan los
personajes), aunque nunca nos dice que piensa Dorotea o Alves, sabemos
que los anticipos tales como “encajonan fúnebremente el río”, nos
permite asegurar que ya conoce el desenlace que Paulino ignora.
Constata la presencia de su enemigo, la yararacusú, que no es otra que
su verdugo que está pronto a contraatacar, aunque no hace otra cosa que
también defenderse de la pisada de Paulino y de su próxima muerte, como
también lo hará el protagonista.
Descubre la mordedura que comienza viendo que “dos gotitas de sangre
engrosaban” y actuando por instinto de defensa mata a la víbora. El
diminutivo “gotitas” refuerza la idea de indefensión: por esas dos
gotitas entrará el veneno que acabe con su vida, por lo tanto no son
algo que menospreciar. Por las “gotitas”, algo insignificante, su pierna
se irá pudriendo y lo más preciado se irá acabando.
Estas “gotitas” serán retiradas para mostrar los “dos puntitos
violetas”. Otra vez el uso del diminutivo deja a Paulino y al lector
ante la sorpresa, cómo algo tan pequeño puede hacer tanto daño, y aún,
cuánto daño puede hacer. Paulino lo sabe, pero una cosa es saberlo
racionalmente y otra es vivirlo. El veneno no espera e invade todo el
pie, y la acción de Paulino es una solución precaria. Su salvación no
está eso sino en la ayuda social que pueda conseguir, y el lugar que
logre alcanzar antes de la muerte.
Las grafopeyas de la herida van creciendo. De aquellos “dos puntitos” se
pasa a una sensación de “tirante abultamiento” y al dolor físico que se
materializa con una comparación “dos o tres fulgurantes puntadas que
como relámpagos habían irradiado”. Esta materialización del dolor hace
pensar en lo sorpresivo, lo inesperado, lo rápido que resulta ese dolor
que pretende inmovilizar al personaje sin lograrlo. La materialización
del dolor ahora pasa a una materialización de la sed, algo que se
siente, pero aquí se asocia al metal por lo frío (“una metálica sequedad
de garganta”) y también caliente (“sed quemante”), lo que proporciona
una antítesis. En esta contradicción vivirá Paulino sus últimas horas.
La última etapa de estos “puntitos violetas” es la hinchazón del pie.
Parecía que la pierna fuera a explotar por lo tensa y delgada que estaba
la piel. Todo el panorama se vuelve monstruoso, y no hay más remedio
que buscar ayuda, con las últimas fuerzas que le quedan. Piensa en su
mujer, y es aquí que comenzamos a ver que su muerte era una consecuencia
inevitable de su vida. Aunque el hecho que la haya provocado hubiera
sido fortuito.
Segunda parte
Busca a su mujer y el narrador intenta comprometernos afectivamente con
la situación jugando con los sonidos de tal manera que la sed también la
sintamos nosotros “la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta
reseca”. La aliteración (repetición) de la “r” nos reseca nuestra propia
garganta y la situación se pone tensa también para nosotros que estamos
a punto de descubrir que no existe una relación con la mujer con la
convive.
La animación de la sed “la sed lo devoraba” nos hace pensar en que los
síntomas del veneno están tomando la vida. El veneno, símbolo de la
muerte, adquiere la vida que Paulino pierde.
El diálogo con Dorotea revela la relación entre ellos. Este diálogo
recién nos da a conocer el nombre de los personajes, algo que hasta el
momento ha sido oculto al lector. Los nombres singularizan, le dan una
identidad que había sido negada. No es cualquier hombre el que muere. Es
un hombre que trata a su mujer no como tal, sino como una sirvienta. No
confía en ella para conseguir ayuda, no espera de ella una ayuda real.
Pide caña, pero no le dice nunca lo que realmente le sucede ni por qué
la pide. Esto nos muestra que no confía en ella para poder ayudarlo, tal
vez para llevarlo a Tacurú Pucú. Dorotea es una mujer, obedece. La
relación entre ellos está marcada por la incomunicación en la pareja,
otro de los temas más queridos en la narrativa de Quiroga.
La voz de Paulino “ruge” como la de un animal en agonía, pero tal vez
como siempre lo ha hecho con ella, ya que a ella no le asombra.
Rápidamente cumple con su deseo de traerle caña que él no siente como
tal. Paulino necesita ver la damajuana para creerle a su mujer y aceptar
su situación, “bueno, esto se pone feo”. El veneno ha llegado a alterar
sus sentidos, aquello que nos conecta con la vida. Así que aquellos
puntitos pasaron al dolor, y ahora a los sentidos que se confunden. A
partir de este momento lo que pase en el cuento se envolverá en una ola
de confusión y delirio.
Una nueva comparación (“la carne desbordaba como una monstruosa
morcilla”) nos presenta la situación cada vez más apremiante. Ahora la
imagen es “monstruosa”, y hasta abyecta si la asociamos a la pierna de
un hombre. Paulino ha querido negar su situación, pero esto se hace cada
vez más difícil con una imagen así, luego de haber descubierto que ya
no siente el sabor de una bebida tan fuerte como la caña.
Todos los síntomas del hombre a causa del veneno se agudizan, lo
quiebran. Ya no son puntadas como relámpagos, sino “continuos
relampagueos” de dolor, como si la tormenta de la muerte se avecinara a
pasos agigantados. Estos dolores suben por el cuerpo, ya no son en el
tobillo, ahora son en la “ingle”. Lo mismo pasa con la sed, ahora es
“atroz sequedad”, y el calor aumenta también. Esto termina dándole al
hombre una señal de su situación, ya no puede seguir en pié, vomita
apoyado a la rueda cuando intenta incorporarse. No hay posibilidad de
seguir adelante, sin embargo Paulino “pretendió incorporarse”. La lucha
comienza cuando el personaje se da cuenta, cuando hace su “anagnórisis”,
ahora sólo queda pelear físicamente, y si no se puede así, lo hará
mentalmente.
Esta lucha queda clara en la siguiente expresión, inmediata a la
constatación de la decadencia física: “Pero el hombre no quería morir”.
La conjunción adversativa vuelve a negar todos los síntomas físicos. No
importa cuanto el veneno quiebre el cuerpo, el hombre seguirá peleando.
Esta expresión es la constatación del tema del cuento y su conflicto. No
habría tal si el hombre se entregara a los primeros síntomas, no lo
hace y por lo tanto el clima del cuento empieza a tensionarse a un nivel
diferente. Ahora es el hombre luchando contra la muerte que sabe que es
su inevitable final.
Recobra fuerzas de esa decisión y consigue subir a la canoa, pensando en
una nueva alternativa, llegar a Tacurú Pucú, el lugar que simboliza la
posibilidad de salvación. El poblado donde podrían socorrerlo. Ahora
tenemos una nueva pista de este hombre, vive lejos de un centro poblado,
tal vez una elección hecha hace mucho tiempo, lo que nos muestra el
aislamiento en que se encuentra. El personaje ha elegido separarse del
mundo social, alejarse de todo, por lo tanto a decidido darle la espalda
al mundo, y aunque no sabemos la razón, podemos intuir que es una nueva
forma de muerte. Nada de lo humano le interesa, hay algo dentro de él
que estaba ya muerto. Y ahora quiere recuperarlo sólo porque se
encuentra frente a la muerte, como la única posibilidad de vida. Lo
social es su posibilidad de sobrevivir, y esto pertenece a un pasado. Es
como si el personaje buscara recuperarlo para así recuperar su vida.
“El hombre con sombría energía”. Esta expresión nos muestra un anticipo
de la muerte. La palabra “sombría” refiere a lo negativo, a la lucha
triste, angustiante que vive el hombre que trata de incorporarse a pesar
de sus dolencias físicas, pero estas le recuerdan su condición de
hombre frágil, un nuevo vómito, pero esta vez de sangre son la señal de
una lucha perdida de antemano. Paulino mira el sol y descubre que el día
se está acabando, igual que su vida. Este recurso literario llamado
paralelismo psicocósmico muestra la identificación del día con la vida.
La vida se acaba, el día muere. Pero con una diferencia sustancial. El
día volverá a nacer, el sol volverá a salir, el hombre no volverá a
vivir. Así la naturaleza termina siendo infinitamente superior a la vida
del hombre. La naturaleza empieza a ser un personaje más en este
cuento. Acompañará al hombre solitario y será el único testigo de esta
lucha.
La pierna ahora está deforme y el veneno, implacable como la muerte,
sube sin dar tregua haciéndole pensar la necesidad de pedir ayuda para
llegar a Tacurú Pucú. La expresión “grandes manchas lívidas” anuncian la
muerte asociándolo con el color blanco. Nada es más blanco (“lívido”)
que la muerte, porque el blanco es la ausencia de color, y por lo tanto
de vida.
Pedir ayuda al compadre Alves es la posibilidad que se le ocurre. Un
nuevo intento de recuperar su vida, ya que con este vecino está
disgustado. El único contacto humano después de su esposa también está
“muerto”. No ha logrado ni siquiera una comunicación con su vecino. Una
nueva pista de la vida de este hombre.
Alves vive en la costa brasileña, al otro lado del río y aún así está
disgustado con Paulino. No llega por sus propios medios, llega porque el
río se lo permite. Está a la deriva, aunque aún no lo sabe y sigue
luchando.
Le grita, pero Alves no contesta a la súplica de Paulino. Como habíamos
visto, todo es confuso, el narrador siempre toma el punto de vista del
protagonista, y los sentidos de este último están trastocados, por lo
tanto nunca tendremos certeza si realmente gritó o creyó gritar. Tampoco
sabremos si Alves escuchó o no, si estaba o no, si lo deja morir tal
vez por un rencor profundo. Lo cierto es que no hay respuesta ante una
súplica angustiante que hace Paulino y que nos muestra que sabe que el
resentimiento puede ser grande.
La respuesta es “el silencio de la selva” que vuelve a ser un anuncio
del final, el silencio de la muerte. La selva parece recordarle que no
hay nada, que ha perdido todo, ayuda a la “anagnórisis” de Paulino.
No hay más remedio que seguir luchando. Vuelve a su canoa y por primera
vez aparece en el texto la referencia al título: la corriente “la llevó
velozmente a la deriva”. Su vida ahora depende de ese río y de la
naturaleza. El final está dicho de antemano aunque el lector quisiera no
creerlo, igual que el protagonista.
Tercera parte
La naturaleza empieza a tomar un papel fundamental en el cuento. El
paralelismo psicocósmico se acentúa. Las anticipaciones aumentan como
una certeza inevitable “cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan
fúnebremente el río”. La metáfora “encajonan fúnebremente” muestran a
una naturaleza que se prepara para ser el cajón de Paulino. Todo el
paisaje se tiñe de negro “desde las orillas bordeabas de negros bloque
de basalto, asciende el bosque, negro también”. El negro símbolo
occidental de la muerte, de la oscuridad, de lo malo. Lo mismo pasa con
la metáfora “la eterna muralla lúgubre”, adjetivo asociado
inevitablemente a la muerte. El narrador remata su topopeya diciendo “el
paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte”. La
naturaleza acompaña pero también condena y manda. No importa la lucha
del hombre cuando lo obvio está presente.
Esa misma naturaleza le regala a Paulino una imagen de “belleza
sombría”, un oxímoron del atardecer. La naturaleza que refleja la muerte
es bella, por su atardecer, pero también sombría por la vida que se
pierde. La majestuosidad del paisaje crece y empequeñece a ese hombre
solo con su lucha.
El paisaje, a través de un paralelismo psicocósmico, acompañará al
hombre hacia su muerte “el había caído ya cuando el hombre, semitendido
en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío”. Todo confluye en
lo mismo, el sol cae y el hombre también. El escalofrío es un nuevo
anuncio de la muerte. Pero todo esto contrasta con el asombro de
sentirse mejor. Todos los síntomas físicos: dolor sed empiezan a ceder, y
empieza a sentir un nuevo aire que le abre el pecho. Es la mejoría de
la muerte. Una especie de guiñada irónica que nos hace la muerte a los
hombres que están agonizando. Casi todos tenemos alguna anécdota de
algún familiar o conocido que en su agonía, antes de morir, parece
mejorarse para morir un día después, o unas horas después. En esa lucha
por la vida, por un momento parece que el que agoniza fuera a poder
contra lo imposible.
El narrador aprovecha esta sensación de mejoría y se introduce más en el
punto de vista del personaje, manteniendo al lector en la confusión
feliz de que sea posible que el veneno se vaya y el enfermo se recupere
casi por arte de magia, aunque queden señales físicas aún (“no tenía
fuerzas para mover la mano”).
Comienza el delirio y la esperanza que no parece perder nunca. Paulino
empieza a “calcular” la posibilidad de llegar a Tacurú Pucú, yendo a la
deriva y contando con el favor de una naturaleza que sólo le regalará el
paisaje de un atardecer.
A medida que empieza a sentirse bien, el hombre se aferra a los
recuerdos, como forma de recuperar su vida, su pasado, en un clima
onírico (de sueño). El dolor físico deja paso a este aspecto que nos
dará una idea de su vida anterior, sin que sepamos cuál es ese motivo
por el que se aisló del mundo. Lo onírico se mezcla con una vida social
que alguna vez tuvo, el compadre Gaona, su ex patrón mister Dougald.
Había trabajado en un obraje. Ahora era un marginal del mundo.
El paisaje le regala colores hermosos y esperanzadores, el cielo “se
habría ahora en pantalla de oro”, una metáfora de la vida de un hombre
que pasa como en una pantalla dorada, en el momento que él recuerda su
mejor momento de la vida. Lo mismo hace el monte que le da al río una
“frescura crepuscular”, que sin duda Paulino mira como algo positivo,
pero que podría verse como la cercanía de la muerte. Todo se llena de
sensaciones visuales (los colores), olfativas (“efluvios de azahar y
miel silvestre”) y hasta auditivas (la pareja de guacamayos en silencio
hacia Paraguay). El hombre ve la vida que se aleja, pero no lo
interpreta así. Está en medio de tres países Argentina, Brasil y
Paraguay, está en medio de la nada, a merced de los deseos de ese río
que lo llevará a ninguna parte.
El río hace girar la canoa, sin hacerla avanzar, y ese mareo le permite
al hombre sentirse cómodo con su actividad mental, “cada vez mejor”, él
también está revolviendo, dando vueltas sobre su vida, su existencia. La
naturaleza lo acompaña, a pesar de que fue agresivo el paisaje en algún
momento para mostrarle su fin, ahora, en su delirio, es un paisaje que
le ofrece compañía y hasta consideración. Le regala lo mejor que tiene.
En la desesperación de recuperación de su pasado, empieza un obsesión
por recuperar el tiempo exacto de las cosas, algo que tal vez sea banal,
pero imprescindible para que la muerte no lo lleve sin seguir luchando,
con lo único que es posible hacerlo en estos momentos: sus recuerdos
precisos. Cada vez va buscando la perfección, la exactitud, “tres años”
no es exactamente preciso, “dos años y nueve meses”, tal vez, pero no es
suficiente, y así va buscando la respuesta que le satisfaga.
Esto se va intercalando con la cruda realidad “sintió que estaba helado
hasta el pecho”, la muerte se acerca y por más precisión que busque nada
podrá hacer frente a la realidad.
Pero el hombre no deja de luchar, y ahora una nueva idea de precisión
sobre el tiempo se posa en su cabeza: cuándo conoció a Lorenzo Cubilla,
un viernes santo o un jueves. Esta referencia podría llevarnos a pensar
en el simbolismo de estos dos días. El viernes santo es cuando Cristo
muere, y el jueves cuando sufre toda su agonía. El hombre elige el
jueves, porque tal vez en ese día Cristo aún no estaba muerto, como si
su lucha personal, la de Paulino fuera hasta el último instante.
Confirma que lo conoció un jueves, como si no quisiera darle nunca a la
muerte la posibilidad de ganarle la partida.
Pero aún cuando él intenta ganar esta lucha desde el pensamiento, el
narrador intercala estos delirios con acciones físicas: “el hombre
estiró lentamente los dedos de la mano” como una señal de una vida que
se escapa. Tal vez tenía los dedos apretados para que esto no sucediera,
como señal de esa lucha hasta último momento. Y una vez que logra la
precisión del tiempo, el narrador termina el cuento constatando lo que
ya nos había sugerido desde el principio “cesó de respirar”.
La lucha del hombre por mantenerse vivo, aún cuando es segura su muerte,
se ve hasta el último instante, como una actitud porfiada por continuar
viviendo, con ese deseo infinito de aferrarse a la vida, aún cuando en
su vida él haya elegido alejarse del mundo. Un hombre puede vivir toda
la vida queriendo morir, pero no va a dejar de luchar cuando la muerte
real venga. Nadie se entrega a la muerte con tanta facilidad, ni aún los
suicidas.
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